De nuevo la curiosidad nos lleva a recorrer Japón con el único fin de disfrutar de su impresionante cultura y naturaleza.
En esta ocasión conocimos que en el lugar sagrado de Koyasan podíamos visitar el mayor jardín seco realizado hasta el momento.
Enclavado entre montañas el acceso es complicado, como punto de partida Osaka tomamos un tren hasta el pie de la montaña donde el funicular y finalmente un autobús nos dejó en el pueblo de Koya,
El lugar merece muchos más blogs, por eso en este nos limitaremos a nuestra visita a Kongobu-ji, templo principal del budismo Shingon donde se ubica el famoso jardín seco.
Mandado construir por Toyotomi Hideyoshi en 1593 fue reconstruido al final del periodo Edo (1603-1867). En principio se le denominó Seigan-ji y en 1869 pasó a denominarse Kongobu-ji
En la actualidad es un centro administrativo, de exposiciones y de enseñanza, permitiendo recorrer una pequeña parte a los peregrinos y visitantes.
Al inicio de la visita degustamos un magnífico té, de los que solo se pueden saborear en los templos, y comenzamos a recorrer las sobrias y exclusivas salas desde las que se puede contemplar el increíble y cuidado entorno.
Asomados al exterior contemplamos dos tipos de jardines:
El jardín natural, desde la perspectiva de las diferentes edificaciones resulta un magnífico fondo a nuestra visión.
En él se mezclan diferentes especies, ninguna de ellas situada al azar.
Arces y rododendros dan la nota de color marcando la época del año, junto a ellos impresionantes ejemplares de cedros japoneses, falsos cipreses kinoki, abetos y pinos rojos. Todo un espectáculo.
Jardín seco o jardín de rocas, denominado Banryu-tei,
Se sitúa en el primer término de nuestra visión, rodeando y conviviendo con las diferentes construcciones.
Fue inaugurado en 1984 con el fin de conmemorar el 1150º aniversario del ascenso de Kükai a la meditación eterna (Monje inductor del asentamiento en Koyasan del budismo Shingon)
El jardín seco ocupa una superficie de 2.340 m2 y lo forman 140 rocas de granito traídas desde la isla de Shikoku, arena blanca y grava originarias de Kioto.
Las rocas se distribuyen por el espacio simulando dos dragones, uno masculino y otro femenino, que surgen de las nubes con la misión de proteger el edificio interior utilizado para recibir al Emperador y a los invitados de gran prestigio.
A pesar de la magnitud del jardín los diferentes ángulos de visión consiguen perfectamente su objetivo y los dragones protectores se descubren con facilidad entre el manto de arena y grava.
Se percibe calma y mucha paz, la austeridad del jardín seco contrasta con el esplendor del jardín natural, consiguiendo un efecto tan prodigioso que hasta que nos anunciaron el fin de la visita no fuimos conscientes de las horas transcurridas.
“A dónde el bonsai me lleve”