En diferentes ocasiones a través de este blog hemos expresado la obviedad de que el bonsai es un elemento cultural más en Japón y que en la actualidad no pasa por sus mejores momentos. De hecho, son los profesionales de otras partes del mundo los que están moviendo con sus compras un negocio que por sí mismo sería difícil de defender.

La consecuencia de esta realidad es el cierre de muchos e importantes jardines de bonsai, que cómo otros negocios artesanos vocacionales, conviven con la incertidumbre del futuro.

En esta ocasión y como ejemplo gráfico de lo que comentamos, os mostramos la complicada supervivencia de un vivero de bonsáis que visitamos en las cercanías de Tokio.

El encontrarlo fue por casualidad, el GPS nos estaba jugando una mala pasada y como vivimos en alerta buscando cualquier señal de bonsai, en uno de los giros nos dimos de bruces con lo que parecía un vivero, apoyado en la valla un viejísimo cartel en el que se adivinaba el símbolo de bonsai y que con las puertas abiertas invitaba a la visita.

Ocupaba una superficie importante para exposición y cultivo, en el centro delimitando ambas zonas, se encontraban dos pequeñas construcciones que parecían ser el domicilio y el taller, algo habitual en estos negocios.

La situación de desamparo era tan evidente que en un principio nos pareció abandonado, pero pequeños e importantes detalles como las mangueras dispersas por el suelo, indicaban que de vez en cuando alguien se ocupaba de la tarea imprescindible del riego.

Desde los primeros bancos de madera sustentados por cajas de cerveza, empezamos a ver ejemplares con dificultades, se adivinaba un mejor pasado y la mayoría con un futuro incierto. Era desolador ver tantas macetas rotas, ramas secas, ápices perdidos, …

El sustrato, elemento primordial en el cultivo del bonsai, en ocasiones no era ni perceptible, las macetas estaban invadidas por las raíces dando un triste aspecto de abandono.

Encontramos fundamentalmente arces, sobre todo buergerianos, y coníferas, pinos, juníperos.

Al fondo de la finca apilados en el suelo y sobre viejos estantes vimos gran cantidad de juníperos, un material ideal para trabajar, pero que parecía tan abandonado como todo lo demás.

Las sensaciones percibidas fueron agridulces, estaba claro que había sido un lugar maravilloso, quedaban restos de fuentes, piedras y linternas que seguro formaron un precioso conjunto, pero el tiempo y las circunstancias lo habían llevado a un estado de decadencia que parecía difícil resolver.

Con la esperanza de que volvieran mejores tiempos para este vivero, retomamos nuestro camino.

“A dónde el bonsai me lleve”