Cerca de Kyoto, a las orillas del rio Katsura, se encuentra la impresionante Villa Imperial de Katsura. Construida en el siglo XVII para la familia imperial, ocupa una superficie de 69.000 m2.

Considerado el primer jardín de paseo en Japón, se conserva en un estado increíblemente perfecto, percibiéndose el trabajo constante y riguroso de los profesionales que lo han cuidado durante siglos. Consta de preciosos terrenos ajardinados, estéticas edificaciones y un gran lago en el que en el pasado se navegaba entre islas.

En la actualidad con el fin de evitar el deterioro del jardín y su entorno las visitas son planificadas y guiadas debiendo solicitar las entradas con antelación.

El único inconveniente que tuvo esta visita fue que el tiempo es limitado y no nos permitió pararnos todo lo que necesitábamos para observar cuanto teníamos delante de nosotros.

Anduvimos caminos con distintos empedrados y puentes, tanto de piedra como de madera, que nos llevaron a contemplar cada rincón. Las vistas más impresionantes fueron las que se percibían alrededor del lago.

En el camino una gran cantidad de árboles y plantas, quercus, cryptomerias, camelias, cinamomos, pinos, azaleas, … todos dispuestos de una manera estratégica y estudiada con el fin de resaltar los cambios estacionales.

Las altas temperaturas y la merma en las precipitaciones nos obligan a todos a idear nuevas formas de cultivo, por ello nos fijamos que en algunas zonas el musgo estaba cubierto por mallas evitando la exposición al sol.

El jardín de Katsura fue el primero en llevar a cabo la técnica de “oculta y revela”, que más tarde se impuso en otros jardines del periodo Edo. Las vistas se presentan y ocultan intermitentemente. El visitante va descubriendo el jardín mientras pasea, en movimiento, haciendo paradas estratégicas que permiten ver u ocultar espacios durante todo el recorrido.

Las edificaciones son magníficas, ejemplos de la sencilla y sofisticada arquitectura japonesa; el conjunto palaciego, el pabellón de bambú desde donde se puede contemplar la luna y las cuatro casas de té que escondidas en el camino no se aprecian hasta que no se muestran a escasos metros.

La estética de las casas de té es la del wabi-sabi, con estructuras sencillas y rústicas que refuerzan su valor espiritual.

Historia, arte y sensibilidad se encuentran en todo el lugar, nada es rebuscado ni excesivo, la búsqueda por la naturaleza está conseguida, todo parece natural cuando no lo es.

“A dónde el bonsai me lleve”